“Hay mucha diferencia entre tu y todo aquello que nos separa”... Joder que pensamiento mas posmodernista, que cómico era una de esas tantas líneas, las cuales Víctor solía leer en los anuncios publicitarios (graffiti) en las paredillas del pueblo mientras salía de éste, camino a la gran ciudad en busca de un productivo futuro, diferente a las perdidas esperanzas que le ofrecía un vil comercio dedicado a la explotación de madera y a la protección de subversivos, versus una ciudad donde día a día crecía el numero de inmigrantes y las oportunidades de trabajo. Ese día en que Víctor decidió dejar el pueblo, logró dejar de lado todo lo vivido ahí, el abuso, el suicidio, la desidia, y quien quita, quizás hasta olvide aquella novia que le dejó por un citadino que sólo sirvió para dejarle preñada y sin futuro. Víctor, a diferencia de muchos de sus compañeros y amigos, conocería la cuidad y estaba decidido a triunfar en ella. En parte por ir en contra de su padre quien siempre le trato de fracasado y cuyo recuerdo al morir no era el más agradable; también porque con su mentalidad y forma de vivir, no lograría salir de la boca de todos los estúpidos conservadores locales, que suelen habitar pueblos pequeños. Víctor salio de su tormento y llego a casa, a su nueva esperanza, después de ocho horas, tres paradas y una meada.
El viejo era un tipo respetable, se había dedicado a llevar una buena vida a lo largo de lo que podían ser 60 años, o por lo menos la vida que todos conocíamos. La de profesor de universidad, en la cátedra de letras, coleccionista de estampillas y sobretodo sus interminables críticas a las teorías existencialistas de Kafka. El viejo era un tipo que había vivido la vida, diferente de lo que muchos llegaron a comprender de él, su carácter le permitió hacer todo aquello que él podía, quería y sobretodo, deseaba. Desde la primera vez que lo experimento sabia que todas las mujeres eran las culpables de la intranquilidad de su ser. El viejo, tenia claro que las mujeres eran diferentes a los hombres; pero no necesariamente diferentes a él, conocía sus físicos, sus olores, sus intereses, sentidos, gustos, partes, colores y sobretodo conocía su sangre y la satisfacción que ésta le proporcionaba las contadas veces que le había tocado la piel y los labios luego de salpicarse tras una cortada profunda en uno de sus pechos, o quizás después de limpiarla con su boca cada vez que dejaba una estampilla dentro de su lacerada garganta. Ese era el viejo un tipo complejo, que había dedicado su vida a su mujer, mientras la cachoneaba con cuerpos que mataba antes de fornicar.
Que millón de avisos publicitarios diferentes veía Víctor en la nueva ciudad. Ataques políticos, invitaciones culturales y lo que mas le llamo la atención, un curso de corte para carniceros con trabajo seguro una vez finalizado. No esperó un segundo más, cuando se encontraba escuchando música clásica y cortando lomo de res con corte vertical para un exigente restaurante de la ciudad. De corte en corte, Víctor aprendió a interpretar a la gente de acuerdo a como pedía la carne. Cada corte, cada tamaño, cada solicitud significaba una persona diferente, una intención definida e incluso, una malicia tras la carne. Sabía que la carne más gruesa con el corte poco fino y los nervios secos era para las tiendas donde a nadie le importa lo que come solo como llena. Ese era el corte favorito de Víctor. Sabía perfectamente que cuando triunfara ese era el corte que menos iba a pedir. El que más iba a odiar y el que dejaría de recuerdo en su casa.
Víctor salía todas las noches, a eso de las seis, justo cuando terminaba de esconderse en los horizontes los rayos de un sol de verano que se negaba al encierro. Igual que él, salía a la luz de la luna un cazador de ideas, sediento de conocimiento pero hambriento de triunfo. Una noche de cortes gruesos, Víctor dejo su trabajo decepcionado. No había nadie a quien envidiar, no había recibido la suficiente propina para beber y no había cenado nada. Caminando sobre el callejón de las flores, Víctor vio en una banca a un viejo. Este sostenía pequeñitos pedazos de papel. Víctor paso a su lado, justo cuando una leve brisa hizo volar uno de los papelitos. Víctor lo tomo en su mano vio que era, leyó fecha y valor y la devolvió. Asombrado por el costo de una ridícula estampilla Víctor siguió su camino. Desde entonces, Víctor y el viejo se encontraban a menudo en el parque. Inconscientes de la existencia del otro y sin saber que los ataba mucho más que un casual encuentro, pasaron los días.
El viejo dejo de aparecer una noche. A Víctor le sorprendió. Contados eran los días en los que el viejo no cumplía su cita con la banca. Esas noches, Víctor se sentaba en ella.
A principios de otoño, apareció en la carnicería una mujer, despampanante, que nublo la mirada de Víctor mientras recorría los tres metros de mostrador y justo se detuvo en frente de este joven, de buen cuerpo, bien parecido y con un leve aire de educación. Víctor trago fuerte la saliva, limpió su rostro con el delantal, que ya estaba bastante sucio y se acercó a ella. Bibiana, también se sonrojó. Ella pidió un lomo de res con corte sesgado, medio centímetro de grosor y sin ningún rastro de grasa. Víctor solo pudo permanecer en silencio. Había encontrado finalmente a una persona que pidiese un corte perfecto. Bibiana había encontrado mucho más que eso.
Víctor ese mismo día, olvido por completo que el viejo, según sus cuentas estaría en la banca. Llegó a ella, se sentó y el viejo también. Ambos admiraban sus propias vidas. Hasta que Víctor rompió el silencio, dada su nueva condición. Le dijo al viejo con un tono poético y una mirada perdida, si alguna vez había estado enamorado. El viejo, lo miró, sonrió y no contestó. Así pasaron la noche ambos en esa banca en silencio, satisfechos con lo poco que habían logrado durante ese día sin cruzar sus miradas, sin sentir frío. Parecía que ambos estuvieran totalmente solos. Cuando el viejo se levanto, miró a Víctor y sólo dijo, que si y que aun lo estaba aunque su respuesta fue tardía Víctor igual la ignoró.
Desde aquella noche en que Víctor cruzo por primera vez su mirada con la del viejo, las muertes violentas de índole sexual aumentaron considerablemente en ese pequeño barrio medio. Sin saberlo había una extraña relación entre la ausencia del viejo, las muertes violentas y el enamoramiento de Víctor. Por Dios, si ninguno se daba cuenta de la existencia del otro. Siguieron los encuentros en la banca, la compra de carne delgada y los nervios de este incipiente carnicero por invitar a salir a su nuevo amor platónico. Bibiana, por el contrario visitaba a Víctor insistentemente, constantemente, hasta el punto que ya la carne roja le debería estar haciendo daño. Finalmente, gracias a un encuentro fortuito, mientras Víctor cerraba la carnicería y Bibiana casualmente pasaba por ahí, en el callejón de las flores, lograron concretar una cita. Se verían justo ahí, en la banca que Víctor le había señalado, un jueves en la noche, jueves de luna llena, brisa suave, luces navideñas y la ausencia, contabilizada por Víctor del dichoso viejo.
Error de cálculos gracias a su estado platónico, cuando Víctor llego a la banca y ahí se encontraba del viejo. Dudo un instante en sentarse, antes de tomar la decisión de acercarse a él y contarle lo que pronto iba a suceder y solicitarle, en contra de lo acostumbrado que el viejo dejase la banca para tener todo listo para la conquista.
El viejo, solo le miró. Y le hizo un comentario antes de levantarse, “error haberme preguntado si yo estaba enamorado”. Víctor no lo entendió pero pronto lo comprendería. Bibiana llego justo a la hora indicada, cinco minutos antes para darle crédito, demostrando a fondo su ansiedad y con su faldita, el deseo incontenible de no sacar a Víctor de su cama esa noche. Por el contrario Víctor pretendía tenerla en la banca mucho tiempo, muchas horas sólo para superar el temor de finalmente encontrarse con ella a solas, sin carne.
Era aun temprano para que Doña Tulia estuviera despierta. Ella sabia que su esposo no llegaría antes de las once, pues hasta esa hora permitían los cerros ver la luna y ella entendía lo mucho que él se apasionaba por tan elegante astro nocturno. Esta vez, el viejo llego antes de lo normal y Doña Tulia sorprendida cumplió con la rutina, tal como si nada hubiera pasado. El viejo no se comió ni la fruta ni se tomo el agua. Cuando se acercaban las once, solo dijo que debía salir a una tertulia de última hora con sus amigos de la facultad, cuestión bastante normal ante los oídos de Tulia, por lo cual ella solo recogió su tejido, se colocó la pijama y subió a su habitación a dormir.
El bar estaba apenas medio lleno cuando arribó el viejo. Faltaba poco más de 10 minutos para las 11 de la noche. Extrañamente escogió uno bastante alejado de su hogar. Entró, y con facilidad y gracias a su astuta labia y elegante vestir, no demoró en tener en sus brazos a una mulatita, de tan solo 21 años que apenas conocía la ciudad pero que como todo aquel que apenas estrena la adultez, estaba ansiosa de un poco de riesgo y por que no, de levantarse a un viejo que le hiciera mas fácil su estancia, y sobretodo uno como este, que le había prometido, jurado y elevado a los niveles en esos en que las mujeres suelen caer.
El Rubí, lugar de encuentro de enamorados desprevenidos y en muchos casos desaforados, alcohólicos o andantes solitarios; fue el lugar de encuentro para estos dos nuevos amantes. Como siempre, la dulzura de la edad permitió que todo ocurriera cariñosamente. Ropas aquí, ropas allá, lo normal eso de siempre. Ambos estaban de acuerdo, habían aceptado que esa noche, seria su noche. Apasionadamente, él se posó sobre ella, con cuidado, mirándola a los ojos, sosteniendo sus dos brazos sobre su cabeza con una sola mano. Él se acercó a ella, le habló al oído, eres virgen, preguntó, la respuesta fue un si… un silencioso, pasional y excitado si. Él solo levantó su mano derecha y sin titubear, rasgó su pecho con una navaja swiss army, de cuando estuvo en el ejercito. Ella no alcanzó a darse cuenta, cuando estaba desangrándose. Luego, el siguió haciendo cortes, como si estuviera dándole forma a un pedazo de carne, hasta que ella dejo de respirar. La joven con los ojos aun abiertos, recién fallecida, fue violada por un viejo enceguecido por los celos.
Tras dos horas de silencios, dolores de espalda, miradas pasionales y mínimas caricias en las manos, Víctor y Bibiana habían decidido iniciar una relación, que seria secreta para los demás, pero que la pasión del secreto alimentaría de ardor ese incipiente encuentro nocturno entre dos amantes que se negaban reconocer la carne. Víctor llegaba al trabajo sin pensar en los cortes, en la sangre o la propina. Solo veía el reloj para prepararse a su próximo encuentro con su nuevo amor. Claro que el sitio de reunión tuvo que cambiar porque se adentraba uno de los más fríos inviernos. Por primera, vez Víctor llevaría su novia a su sencilla casa. Un lecho, una mesita de noche y una maleta que aun se negaba a ser desecha. Ahí eran los encuentros inocentes de Víctor y Bibiana. Ella buscando la forma de acercarse a él y él encontrando excusas para no acercarse demasiado. Hablaban de sus sueños, sus metas, pero sobretodo de cómo Víctor había logrado salir de pueblo y como le fue posible huir de esas señales pueblerinas.
La complejidad de sus actos, asechaban al viejo. Ya sentía que su motivación perdía rumbo cuando dejo de ver a Víctor. Sabía que la inocencia le seria robada por el engendro más grande, que a los ojos de viejo era más que una vil competencia y que ante los ojos de Víctor era el significado de la lujuria más pura.
Los encuentros fortuitos en la banca cesaron por algún tiempo. El viejo, como hombre de hogar, se dedicó a sus plantas, a sus libros y a satisfacer de vez en cuando los deseos de Doña Tulia, la cual resignada a la edad quedaba satisfecha por lo que ella creía, los vicios de la vejez, y los diez minutos que el viejo decía poder dedicarle. De las tantas noches, de encuentros cortos y miradas jadeantes, el viejo le reclamo a Doña Tulia el estar tan arrugada, tan agotada, y sobre todo, el permanecer viva. La Doña, no tenía más opción que entenderle y aceptarle.
Bibiana, insistente, una final noche, decidió, por cosas de su propio e inventado destino quedarse en casa de Víctor. Él aun indeciso, no tuvo más opción que aceptar y dormir en el piso. La mujer, ardiente, caliente, efervescente, noctámbula y levemente somnolienta aceptó la condición de mantener distancia, solo si Víctor le permitía dormir en su lecho. Lecho que esperaba pronto ver mucho más que las babas jetales.
Un día cualquiera, como los que pasaron ese invierno obligaron al viejo a salir en busca de carne. O sorpresa la suya cuando al pedir corte sesgado y fino, el carnicero, ahora ascendido, era Víctor. Ambos sonrieron ante el circunstancial encuentro, Víctor le miró e ignoró, por lo tanto el viejo tuvo que salir rápido en busca de satisfacción carnal en los brazos de una joven. Esta vez, por destino, aunque se puede creer por desdichas del mismo, la joven insatisfecha y borracha dio a los brazos de un viejo sediento de venganza.
Llego la primavera, y nadie notó como se extrañaba el buen semblante de un joven pajizo como lo solían llamar sus camaradas. Víctor era otro, una vez más solitario, esparcido y perdido. Consolado con las noches de luna llena y las apariciones poco frecuentes en la banca. El viejo siempre asistía, solo que Víctor no le quería ver.
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