domingo, octubre 07, 2007

“de lo que no podemos hablar”

Observación sobre las tendencias de la televisión colombiana con miras a la oportunidad de globalización

Desde el Y2K, con la promesa de modernidad y futurismo sugerida por los últimos 20 años del siglo XX, la televisión mundial (generalizando sobre la grandes industrias de la comunicación y los países súper-desarrollados) ha dejado de lado los paradigmas y se ha vuelto un medio de aspiración real y tendencias a parecerse más al mundo, pasando de la representación al reflejo. No estaría mal sostener que los discursos de la televisión colombiana están en el limbo de la tendencia. Importamos e imitamos los programas por rating, y dejamos de lado la creatividad. Ahora toda televisión para el entretenimiento tiene un crédito: “basado en el formato creado por…”. Las secciones de los noticieros tienen más comerciales que información y siempre hay que darle doble sentido a lo que están promoviendo. No obstante se han abierto canales para que el televidente interactúe con su canal y la ley ha sido más flexible con la programación.
La televisión colombiana, a la que en muchos casos es preferible reconocer como “chibchombiana”, que ve todo el común de la gente, enfrenta en este momento las discusiones tal vez más profundas de su discurso: ¿seremos capaces de sobrellevar y superar el arribo de nuevas tecnologías, programas y programadoras? De igual forma ¿el capital humano de nuestras cadenas y programadoras conservará su posición actual para preservar el mundo creado por Pacheco, o desertaran por una mejor oferta económica?

La pantalla chica del fútbol, política, sexo y religión, enfrentará un reto al competir con las tendencias internacionales donde se han especializado por franjas o separado por canales estos temas, en miras a la creciente segmentación y poder de decisión de los consumidores de medios modernos. No tolerará que se sigan sesgando y censurando los contenidos a beneficio de un líder de opinión, pues si la unión hace la fuerza, los líderes de opinión están en vía de extinción. Seguiremos importando programas que sostendrán los sueldos básicos de nuestras propias creaciones audiovisuales en canales independientes. La televisión colombiana volverá a las raíces y se asemejara a la televisión brasilera, donde se exporta producto propio y se produce y comercializa producto propio, lo de afuera se las arreglan con la ley para estar presente, pero el colombiano defenderá su “televisora”.

Los canales regionales reclamarán su derecho a pertenecer y representar sus lugares, labor que tomará tiempo pues, por más morbo cultivado por los realities, nuestra gente aun no está preparada para verse reflejada tal cual su cultura, ejemplo puntual Telecaribe. Siendo la globalización paradójicamente el triunfo de la especialización de la industria con la audiencia, nos espera una parrilla de 14 canales dedicados a representar y reflejar cada uno de los aspectos de nuestra colombianidad y en la espero que finalmente creen un solo canal dedicado al fútbol.
Por otra parte, desde un punto de vista social, muchas organizaciones civiles estiman que una oferta televisiva diversificada garantizará mejor la participación social que la actual representatividad política. Se permite también la creación de canales comunitarios sin fines de lucro en manos de municipios, universidades o agrupaciones comunitarias. Colombia presenta una gran diversidad en la propiedad y tamaño de los canales de TV; sin embargo los próximos años serán decisivos para evaluar la capacidad económica de país para sustentar esa enorme oferta.

Debemos apuntar a una televisión que con todas las estimaciones de respeto pueda decir y mostrar lo necesario para terminar un discurso con conclusiones sin controversia, permitiendo la libertad de contenidos, argumentos y decisión y así cumplir el propósito de medio de comunicación. Como en Estados Unidos, donde es la audiencia quien decide que ve, cuando lo ve y como lo ve. Dejando de ser una masa alienante para ser un individuo cuyo medio de comunicación le ofrece oportunidades.

Octubre


Ayer recorría el rio magdalena. Experiencia sorprendente, enriquecedora y tranquilizante. No obstante la experiencia se quedo corta... Tenemos tantas ideas del rio en la cabeza que la grandeza de este pretende borrarlas y crearlas nuevas, pero aun así nadie se cree lo que ve. Y creer lo que uno ve, pasando primero por lo que ya ha visto, no niega la posibilidad de seguir aprendiendo. Y con un paseo tan sencillo y básico entendí que la memoria solo sirve para reconocerse a sí mismo, pero no para terminar de conocerse. El rio es así. Se sabe a si con la grandeza que puede poseer una fuente de agua aparente infinita, y aun así se queda pasmado tras el paso de unos viles seres que se han dedicado a abusar de su grandeza. ¿Qué puede entonces hacernos a nosotros igual de grandes?

Hemos dedicado la vida a tomar de los otros. En eso concentramos nuestro conocimiento, nuestro aprender. No nos cansamos de citar a los demás, pues nos auto convencemos de que "todo ya está escrito" y que "no podemos tapar el sol con una mano". Para no obviar la tradición, Krishnamurti la tenía clara. Aprender es constante y el "saber" es del pasado. Nunca sabremos todo porque todo todos los días es diferente. Las personas buscamos la tranquilidad en la tranquilidad del ayer, evocado "aquel día", "aquella fecha", "aquel amigo"... cada cuanto nos proponemos "un nuevo día", "una nueva fecha”, "un nuevo amigo". Estas teorías de felicidad buscada y de grandeza espiritual se las dejamos a las películas de Disney y Robín Williams.

Los días pasan, las cosas se graban o se olvidan entre el ROM y la RAM de nuestras memorias. En este ejercicio nos la pasamos todos los días. Alguna vez una psico me decía que hondar en la búsqueda de la memoria para recordar momentos es porque existe una carencia de control. Por el contrario a mi me parece delicioso pelear con mi cerebro hasta encontrar es primera memoria, hacer el ejercicio de lo aprendido, y confieso ha sido buenísimo, pues el ejercicio mental me ha llevado a tener una memoria presente increíble, que hasta a veces me sorprendo de las cosas que recuerdo, y hasta me digo... eso lo he debido olvidar. Adrede o no, nuestras memorias están. Pero no son motivo para juzgar hacia adelante. En ese aspecto los computadores son más inteligentes. Cuando los apagas se les borra la RAM y se quedan con lo verdaderamente importante y lo que les da para hacer el siguiente paso (ejecutar el próximo comando).

Creo que ejemplo más claro es cuando no paramos en el borde de un edificio muy alto por primera. Lo que nos aleja no es el temor propio al edificio alto y a la vista al infinito, es lo que nos han metido en la cabeza que la altura puede hacer. Y nadie se asoma sin miedo. No confiamos en nosotros sino en el concepto del otro. Y así vivimos. De conceptos. De memorias y citas ajenas. Entonces como nos podemos conocer, como podemos seguir sabiendo y no quedarnos en el sé. ¿Cómo podemos contemplar la grandeza de un rio no por lo que hago en él, sino por lo que él hace por mí?